7 de marzo de 2010

LA CARA OCULTA DE LA LUNA




LUNA

Jacobo el niño tonto, solía subirse a la azotea y espiar la
vida de los vecinos.

Esa noche de verano el farmacéutico y su señora estaban en
el patio, bebiendo un refresco y comiendo una torta, cuando
oyeron que el niño andaba por la azotea.

-¡Chist! -cuchichéo el farmacéutico a su mujer-. Ahí
está otra vez el tonto. No mires. Debe de estar espiándonos. Le
voy a dar una lección. Sígueme la conversación, como si nada...

Entonces, alzando la voz, dijo:

-Esta torta está sabrosisísima. Tendrás que guardarla cuando
entremos: no sea que alguien se la robe.
-¡Como la van a robar! La puerta de la calle está cerrada
con llave. Las ventanas, con las persianas apestilladas.
-Y ... alguien podría bajar desde la azotea.
-Imposible. No hay escaleras; las paredes del patio son
lisas...
-Bueno: te diré un secreto. En noches como está bastaría
que una persona dijera tres veces "tarasá" para que, arrojándose
de cabeza, se deslizase por la luz y llegase sano y salvo aquí,
agarrase la torta y escalando los rayos de la luna se fuese tan
contento. Pero vámonos, que ya es tarde y hay que dormir.

Se entraron dejando la torta sobre la mesa y se asomaron
por una ventana del dormitorio para ver qué hacía el tonto. Lo
que vieron fue que el tonto, después de repetir tres veces "tarasá",
se arrojó de cabeza al patio, se deslizó como por un suave tobogán
de oro, agarró la torta y con la alegría de un salmón remontó
aire arriba y desapareció entre las chimeneas de la azotea.

Enrique Anderson Imbert, El milagro y otros cuentos.








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